En la China imperial reinaba un emperador que estaba desesperado porque su única hija, llamada Turandot, era fría, caprichosa, despiadada… y encima no quería casarse. El emperador, harto de esta situación, le dio un ultimátum:
- «O te casas o te echo del palacio sin contemplaciones».
La princesa aceptó, pero puso una condición: los pretendientes se someterían a una prueba, y si no la superaban, ella misma les cortaría la cabeza. Al cabo de los días, las cabezas de los pretendientes se amontonaban en el palacio, y la princesa ardía de satisfacción.
Pero se presentó un apuesto guerrero para afrontar el reto. La princesa le propuso un acertijo:
- «Lo mata todo, pero el agua lo mata»…
- «¡El fuego!», contestó el joven.
La princesa propuso una segunda adivinanza:
El joven contestó:
- «¡El hielo!».
Y llegó el momento del último acertijo:
- «Es un hielo que te da fuego, y cuanto más fuego te da, más hielo se vuelve»…
El joven pensaba sin encontrar respuesta, pero al ver a la fría princesa sintió tal ardor en su corazón que…
- «Turandot!», exclamó plenamente seguro.
Y la princesa no tuvo más remedio que caer rendida a sus brazos.
La mayoría de nuestros deseos los conseguimos con la sabiduría del corazón y no con la necedad de la violencia.
(Cuento tradicional chino)
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